Día del Padre

Hace un año apenas, el mayor convocó a una comida en su casa; jardín, asador, guitarras y cervezas; una de tantas como las que Papá sin ocasiones especiales organizaba y que junto con pistas, rallies y boliches, nos han hecho familia a pesar de tener hijos tan diversos y en geografías distantes. 

Debo confesar que en un principio no quería ir. No quería que me viera así. No quería que me preguntara nada. Llevaba más de seis meses casi sin contacto con él, apenas un mail, un mensaje de texto. Llegue a media tarde, él ya estaba en el jardín. 

No hizo falta un disculpa por mi ausencia, ni dar explicaciones al verme con veintitantos kilos menos, sin justificar el fracaso y el abismo, no tuve que esconder mis heridas o los tatuajes que sé que no le gustarían. Tras un momento breve de verme directo a los ojos, puso su mano en mi hombro izquierdo y me dijo: ¨yo sé hijo… te entiendo, yo lo viví también, c´est la vie¨No dijo nada más, no hubo consejos, sólo comprensión. 

Se aclaró la garganta y haciendo una pinza con el revés de sus dedos me apretó un cachete, y se acercó para darme un tronado y corto beso, continuó con voz firme convocando a todos; vamos a re-tiznarnos un Hornitos. 

No necesité más, nadie necesita más que eso. Excepto pedirle a Alfredo que trajera su guitarra, Ronco rascó un blues, mientras Jesús y Andrés hacían suertes con un balón. Norma sacó botanas, Aída ayudó, Carlitos tomó unas fotos, Michel sopló las nubes como velas de un pastel y la tarde fue excelente, Fede soltó una de sus bromas de humor negro como el humo que salía del asador y yo, yo estaba de nuevo en familia, aunque mi familia ya no fuese la que era. Nos tomamos una foto, brindamos por Alberto y CC que estaban ahí, sin estarlo. Gruñón y maniático, pero sano y fuerte. Ni él, ni nadie, sabíamos que ese sería el último Día del Padre, que pasaríamos físicamente juntos.

Para mí fue más que una de esas fechas familiares, fue el día en que comprendí que no importa cómo estés, ni por cuánto tiempo te ausentes. Papá siempre está para ti; tus hermanos están para ti.  No hay arrepentimiento por estar ausente, seis de los últimos doce meses de su vida, ese tequila aún me quema la garganta con un calor suave que baja por mi cuerpo hasta abrigarme el corazón, esa guitarra y esa voz, aún la escucho retumbando en cualquier calle de cualquier ciudad dónde me encuentre. Esa tarde, se me quedó para siempre como la última gran lección de cómo quiero yo, ser Padre de mi propio hijo. 

Luego de tanto y después de todo. Queda el amor y los malos tiempos van pasando como nubes negras que después de descargarse, abren el cielo en claros luminosos sobre las montañas de Morelos, que con su olor a tierra mojada y hierbas frescas, perfuman nuevos paisajes, todo acaba por pasar. Ahora todos bien.

Queda la intención, de nuevo por juntarnos y brindar, no todos juntos, pero más unidos que antes. A la salud de los que se fueron pero se quedaron, a la ocasión irrepetible, de saber que estemos como estemos, podemos tener la certeza, al menos por un momento, que todo es perfecto, por que es como es, como decía él: y ahí si ni pa dónde hacerse. 

Gracias por tanto, gracias por siempre Papá.

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