La Madre de los Olvidados

Aquí, cualquier cosa que hayamos olvidado, pero que necesitemos invocar, es una madre.
Por eso, sin clavarnos en el símbolo de nuestra madrecita tierra (Tonantzin) pariendo un nuevo sol al inicio de cada invierno; o de Lupita, mamá de un tipazo como el Yisus, que milagros aparte, tal vez sea la pintura más visitada del mundo, y que tiene una cara bien bonita que transmite un madral de cosas, que no tienen madre. 

Así los nosotros, los sin nombre, a quienes se nos olvidó lo que habíamos olvidado, nos aferramos a ponerle en la madre a esa orfandad, soledad y miedo, tratando de mantenernos en pie ante los madrazos de la vida; las injusticias, los sismos, los huracanes y los desmadres de los otros y las otras tantas madres, que lejos de olvidarlas, se olvidaron de nosotros o más bien no queremos del todo recordar.

No es una tema de fe, sino de cultura, aquí; hay gente que confunde lo que está bien con lo que le conviene ¿qué poca madre, no? Otra a la que le vale madre todo, la que ya valió madre por algo, por alguien, hay quien le va a romper su madre al otro o que de plano, se la pasa a toda madre, a pesar de saber y ver, que todo está hecho un desmadre.

Por eso habemos guadalupanos que no somos fieles a ningún credo, porque es un signo que se trasciende a sí mismo. Porque te habla de tú y de ti, la madre que no te olvida, a la que puedes volver, como sea que estés o como fuese que te haya ido. 

Hay quien dice que el respeto mutuo obra milagros. Yo no creo en ellos, los hago suceder. 

Cada que algo que me atormentaba termina por valerme madres o cada que algo importante me llega de madrazo y me lleva a sentir y hacer, un chingo de madres.


¿Que a toda madre, no?

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