Tanta Tinta y Tanto


Decirle adiós a alguien que amas, es igual que cuando te haces un tatuaje. 

Después de pensarlo, cuando al fin sucede duele, y duele mucho. Luego de unos días comienza ese dolor a transformarse en algo que quema, más bien arde, se vuelven incómodas las cosas más simples (es como salir dar un paseo con los zapatos apretados).

Ya no duele, es cierto, pero te irritan rutinas comunes como vestirte o más aún el desvestirte, incluso en esta etapa hay quien se arrepiente (pero ya es demasiado tarde). A veces en tu cama a media noche te das la vuelta sin querer sobre la herida y miras que dejó una mancha entre tus sábanas.

Después de un tiempo ya solo sientes comezón, cada vez menos. 


Al final queda ahí, te acostumbras a vivir con eso que es ya parte de ti y habitará en tu piel, para siempre.

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